Hace unos días que una reflexión me ronda la cabeza, y más
ahora que se prevé que nos acercamos a una nueva campaña electoral repleta de propuestas sin demasiada reflexión previa. Llevamos semanas, cuando no
meses, con una explosión de ruido mediático que acompaña toda información. Un
ruido tal que, en la mayoría de los casos, nos impide introducirnos en lo
mollar, quedándonos en una superficialidad que no pocas veces raya el
sensacionalismo.
Y es que he llegado a la conclusión de que en este pedazo de
tierra llamado España no nos va lo de la autocrítica, nos va la
autodestrucción. Y lo intento ilustrar: nos llevamos las manos a la cabeza con
un ministro con cuentas en Panamá, pero no proponemos ninguna medida de
transparencia para evitar que se vuelva a producir.
La propia estructura institucional se vio amenazada cuando
su majestad emérita presuntamente recibió prebendas y obsequios por parte de
poderosos intereses privados, o consiguió pingües comisiones en operaciones
internacionales cuando decía ser el “primer embajador de España”; pero yo
pregunto: ¿Qué impide al nuevo Rey ser igual que su padre?
Ahora que el aire vuelve a oler a elecciones, recuerdo el
estupor ciudadano porque las entidades financieras concedieran créditos a
partidos que luego serán condonados a cambio de favores. Pero tenedlo por
seguro, en esta próxima campaña volverá a ocurrir, porque el Tribunal deCuentas sigue sin herramientas efectivas de control.
Es por ello que me planteo ir más allá, intentar rascar un
poco la superficie del problema. Dimisiones, manifestaciones, portadas de
periódico y furibundos tertulianos son necesarios, pero no suficientes. Más
herramientas jurídicas y económicas son imprescindibles para ir a la raíz del
problema, para dejar de ser la machadiana España de “charanga y pandereta”.
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