26 abr 2016

Estimada España

Hace unos días que una reflexión me ronda la cabeza, y más ahora que se prevé que nos acercamos a una nueva campaña electoral repleta de propuestas sin demasiada reflexión previa. Llevamos semanas, cuando no meses, con una explosión de ruido mediático que acompaña toda información. Un ruido tal que, en la mayoría de los casos, nos impide introducirnos en lo mollar, quedándonos en una superficialidad que no pocas veces raya el sensacionalismo.

Y es que he llegado a la conclusión de que en este pedazo de tierra llamado España no nos va lo de la autocrítica, nos va la autodestrucción. Y lo intento ilustrar: nos llevamos las manos a la cabeza con un ministro con cuentas en Panamá, pero no proponemos ninguna medida de transparencia para evitar que se vuelva a producir.

La propia estructura institucional se vio amenazada cuando su majestad emérita presuntamente recibió prebendas y obsequios por parte de poderosos intereses privados, o consiguió pingües comisiones en operaciones internacionales cuando decía ser el “primer embajador de España”; pero yo pregunto: ¿Qué impide al nuevo Rey ser igual que su padre?

Ahora que el aire vuelve a oler a elecciones, recuerdo el estupor ciudadano porque las entidades financieras concedieran créditos a partidos que luego serán condonados a cambio de favores. Pero tenedlo por seguro, en esta próxima campaña volverá a ocurrir, porque el Tribunal deCuentas sigue sin herramientas efectivas de control.

Es por ello que me planteo ir más allá, intentar rascar un poco la superficie del problema. Dimisiones, manifestaciones, portadas de periódico y furibundos tertulianos son necesarios, pero no suficientes. Más herramientas jurídicas y económicas son imprescindibles para ir a la raíz del problema, para dejar de ser la machadiana España de “charanga y pandereta”.

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