Es Panamá. Como podía haberlo sido
otras muchas regiones y naciones, tal y como nos lo han ido recordando estos
días. Bahamas, Jersey, Islas Vírgenes, Hong-Kong, y un, por desgracia, largo
etcétera.
¿Es legal? Puede ¿Es lícito,
legítimo, siquiera ético? Cabe dudarlo. No obstante de todos los argumentos que
los implicados han conseguido balbucir estos días, hay uno que particularmente
acepto: el contribuyente siempre va a intentar pagar menos, y el que diga que
no, miente. La lección aquí es que ese ánimo de no contribuir no es (como
siempre se nos ha dicho) consustancial al ADN español, sino que se encuentra
imbricado en la propia naturaleza humana, en su condición de ser egoísta y
carente de empatizar con su similar.
Sin duda hay quien piensa que la
sociedad hoy es más corrupta que la de antaño. Que nunca se habían conocido
tantos casos de corrupción. Que los de antaño no le llegan ni a la horma del
zapato de los de ahora. Se equivoca, hay la misma corrupción, solo que ahora se
descubre. Antes rastrear los maletines repletos de billetes que volaban entre
fronteras o el contrabando de materias primas básicas. Ahora es tan sencillo
como tener conexión a Internet, de manera que en pijama y con el café recién
hecho de la mañana puedes operar entre diversas sociedades en varios países del
mundo, moviendo dinero sin ningún control.
Afortunadamente, ese desarrollo
también ha permitido sofisticadas herramientas de detección de este fraude.
Junto a esto encontramos el fenómeno “hackers”. Modernos Robin Hoods que penetran
en bases de datos y que permiten filtraciones como las de Wikileaks o la
moderna investigación de los Papeles de Panamá. ¿Son ladrones de información o
héroes contemporáneos? ¿Merecen castigo o público reconocimiento? Seguramente
cuando pase el tiempo, la Historia nos dirá quién fue el ladrón y quien fue la
víctima…
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