Gracias. Gracias por demostrarnos tantas cosas y sobre todo
por sacarnos del sopor de las elecciones y recordarnos que la guerra en Siria
no ha terminado, que siguen habiendo secuestros y que los refugiados siguen
llegando.
Sobre todo gracias por mantener viva una profesión, la de
periodista, que lejos de ser necesaria, muchos consideramos imprescindible. Pero
la del periodista de verdad, la del freelance que coge su
cámara/portátil/libreta, se gasta su propio dinero en irse a una zona de conflicto
donde lo más probable es que reciba un tiro o lo secuestren, y cobre una
miseria por cada artículo que logre mandar a España. Y un dato: en el último
Informe de Reporteros Sin Fronteras se indica que el pasado año murieron 63
periodistas en el mundo y 155 más encarcelados (cifras que aumentan si
incluimos a colaboradores o internautas).
Lo irónico de la cuestión es que el castellano, la rica y
prolija lengua de Cervantes, usa la misma palabra (periodista) para estos
héroes que se juegan la vida con una serie de personajes (me ahorro el
calificativo que me viene a la mente) que se pasean por tertulias políticas y
de ¿prensa? rosa. Más indecente aún es que se nombre periodistas a los
directores de medios de comunicación, alineados bochornosamente con los grandes
poderes fácticos de nuestro país, los cuales se olvidan a diario de las más
elementales normas de deontología y obtienen sus beneficios de exprimir al
máximo a los freelance.
Así que gracias. Gracias a los que están en Siria
contándonos su día a día. Gracias a los que nos habéis concienciado de la
llegada masiva de refugiados a Europa. Gracias a los que estáis en Somalia,
Eritrea o Etiopía; países de extremo riesgo para ejercer la profesión. En
general, gracias por darnos información, no espectáculo.
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