Escribo hoy a esa generalidad que, a diario, usa redes
sociales para opinar, sugerir, influir o simplemente expresarse. Y es que
llevamos ya el suficiente tiempo debatiendo sobre cuáles son los límites
tolerados en los comentarios en la Red, y la pregunta es: ¿qué diferencia hay en
que se reflexione en la Red o cara a cara?
Desear que alguien se muera, llamar asesino a un matador de
toros o simplemente reírse o mofarse de alguien con chistes de mal gusto es,
simplemente eso, mal gusto. Si alguien lo hiciera en persona, amén de jugarse
que alguien les arreara una leche, posiblemente tampoco mereciera castigo
penal, pero si reproche social. Y es ese reproche el que hay que hacer en las
redes sociales: bloqueando a usuarios “tóxicos” que vierten este tipo de
comentarios, por supuesto no compartiéndolos, en definitiva, sentido común.
Cosa diferente es el carácter delictivo de los comentarios
que, en la mayoría de los casos, me parece desproporcionado y hasta el Tribunal
Supremo, que no es adalid precisamente del pensamiento progresista, tiene
recientes sentencias señalando que no todo lo publicado en redes es delito, y
seguramente mucho de lo publicado al que se exige castigo penal únicamente
pueda ser perseguido mediante demanda civil contra derecho al honor.
Lo siento pero no me pienso sumar a la criminalización al
medio, al instrumento que suponen las redes sociales; así como tampoco
criminalizar ideas legítimas como la lucha por la prohibición de la tauromaquia
por los comentarios de unos cuantos desquiciados.
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